27 mayo 2008

Annapurna

Escuché la noticia sobre Iñaki - lo recuerdo perfectamente - tumbado en el sofá de mi casa, sobre las 12 de la noche. Y como aficionado a la montaña recuerdo haberme solidarizado inmediatamente con él en cuanto terminé de escucharla.
Me vi a mi mismo desde fuera, y me di cuenta de lo injusto de la situación. El allá afuera, a 7.400 metros de altura , colgado en la ladera del Annapurna, a no sé cuantos grados bajo cero, y yo aquí cómodamente echado a 20º, en pijama y un vaso de Coca-Cola.
Ya sé que el riesgo lo buscó él, nadie le obligó, o quizás si: la "rata" que todos llevamos dentro, la que nos incita a salir de casa y buscar algo fuera. A algunos les hace cosquillas, o ni saben que llevan una dentro, pero a otros les devora.
Creo que estaría bastante de acuerdo en una cita que encontré una vez, del escalador Max Khirsch:
"Jamás en mi vida he trabajado de verdad. Sin embargo, he hecho mucho más que aquellos que presumen de trabajar ocho horas diarias y sienten un orgullo que a nadie preocupa. Sólo he hecho aquello que me ilusionaba en cada momento y me apetecía..."

Hablo, por supuesto, del alpinista navarro Iñaki Ochoa de Olza, que en aquel momento agonizaba en el campamento IV del Annapurna, a 7.400 metros, acompañado de su compañero rumano de expedición, que le cuidaba mientras llegaba el rescate, si se le puede llamar así a un par de escaladores suizos, que conocían de oídas.
Al final no pudo ser, allí descansa, pero nos deja los documentales de "Al filo" , y esta crónica, que una vez visto el desenlace, cobra aún más importancia.
Es curioso, pero el Annapurna, a pesar de ser el ocho mil de menor altura (8.091), y el primero conquistado, es el que tiene menor número de cimas conseguidas, y el mayor porcentaje de muertes respecto al de ascensiones.
Me acuerdo ahora de David Matesanz - también escalador - y hermano de mi amigo Rubén . Recuerdo haber vsito en su habitación libros sobre el Annapurna. Quizás estaba pensando en ir para allá. El destino le reservó algo parecido, pero en las aguas.

(Última crónica de Iñaki Ochoa de Olza desde el Annapurna el pasado jueves 15 de mayo )
MI LUCHA "Que no se asuste nadie; no me he vuelto loco del todo, ni estoy peleado con el mundo, ni tampoco me he asociado con lo más granado del nacionalsocialismo. Nada de eso parece haber sucedido, por fortuna. La lucha de la que hablo hoy, mi desesperado anhelo por pisar la cima del Annapurna, es pacífica y espero que noble, apasionada y también quizás algo rebelde, aunque jamás a cualquier precio. La lid a la que me refiero hace que llevemos casi 30 años preparándonos para cuatro días de escalada, muchos meses de entrenamientos específicos con la mente puesta sólo en una cosa, y también ya más de 70 días en Nepal La espera de las condiciones adecuadas está siendo tensa y larga, pero se supone que el objetivo, de primera categoría, así lo merece. Aunque no hagan mucho caso cuando lean por ahí que pensamos atacar la cima, ya que aquella no nos ha hecho nada, ni tampoco es nuestra intención conquistarla; a lo sumo podremos convivir en paz durante unos cortos minutos, y después continuar nuestro camino agradecidos. La lluvia golpea con intermitente suavidad la tienda del campo base mientras escribo, ahora en mayo ya sólo nieva durante la noche. Pienso en los días pasados en la montaña últimamente, en medio de la tensión propia de la escalada más difícil de mi vida y rodeados de dificultades en las relaciones personales. Grietas, avalanchas, tormentas, broncas con algún compañero... no se puede decir que nuestras vidas sean anodinas. Alguien definió con acierto al Annapurna como la personificación geológica de la angustia. Yo añadiría sin dudarlo el desamparo y la amarga sensación de ser el último habitante de este planeta. Cuando te plantas debajo, descubres que da igual que pises la cima o que no lo hagas, nada va a cambiar en ambos casos. Esa cima que centellea con rabia sólo mide con exactitud nuestra propia vanidad, nuestra impermanencia irremediable. A veces me gustaría ser libre de mis propios deseos, como un budista cualquiera, y ser feliz sólo contemplando la belleza de lo que me rodea, sin necesidad de escalarla. Pero esta una montaña fantástica, y yo un hombre débil, y el deseo ha crecido tanto que ya es difícilmente controlable sin amenazas. Esperamos ansiosos el OK por parte de los meteorólogos suizos que, vil metal mediante (son suizos pero no idiotas), nos ayudan con sus previsiones. Decían los guerreros japoneses, samurai, que la mayor victoria es vencer sin pelear. No sé si aquí podrá ser así. Por ejemplo, nuestros cuatro compañeros rusos, que han peleado como jabatos y vuelven sin la cima, ¿derrotados? Doce días han transcurrido desde su salida del campo base y su regreso, y cada uno de ellos parece una persona diferente, consumidos hasta el alma. Se van ya para casa, tristes, pero en sus ojos puedo adivinar un brillo que los míos todavía no tienen, pero espero que pronto posean. Será sólo después de la lucha. Hoy no puedo terminar sin mandar mis mejores deseos a Mikel Bidaurre y a su padre, mi amigo Aurelio, que se hallan ahora ante una montaña mucho más difícil que cualquier Annapurna. Sabéis que podéis contar con mi cariño, admiración y lo que sea que yo pueda hacer por vosotros. Los seminómadas tibetanos, cuando en su sempiterno caminar alcanzan una cima o cruzan algún alto collado, gritan al viento ¡Lho Gyelo! (Los Dioses han vencido). Vuestra lucha no ha hecho más que comenzar, pero estoy seguro de que vosotros también venceréis. Ánimo y coraje desde nuestro Santuario. ..." Iñaki Ochoa de Olza.

Esta crónica la he cogido prestada con permiso de rafacasuso, de su blog http://rafacasuso.wordpress.com/, - el lenguaje de las imágenes - por el que me suelo pasar a menudo, imágenes y comentarios en su mayoría dedicados a Cantabria, buena tierra.
Buen tío, por tanto.

2 comentarios:

yago dijo...

A mi me pasó algo parecido al escuchar la notica. Por una parte, pena por la situación, porque es verdad que aunque no haya escalado a niveles parecidos nunca en la vida, tengo la sensación de saber perfactamente lo que se tiene que sentir en esas situaciones límites. Todo eso mezclado con otra sensación extraña: ellos allí haciendo lo que quieren y yo aquí, deseando hacer lo que ellos hacen (creo que nunca me atrevería a correr tantos riesgos).

Curiosa coincidencia la frase de su crónica con lo que ha sucedido después: "La lucha de la que hablo hoy, mi desesperado anhelo por pisar la cima del Annapurna, es pacífica y espero que noble, apasionada y también quizás algo rebelde, aunque jamás a cualquier precio".
Al final ha pagado el precio más alto sin querer. Eso te hace pensar que por muy responsable que seas y por muy claras que tengas las cosas, en cualquier momento se pueden torcer. No por eso hay que dejar de hacer las cosas que te gustan pero tampoco hay que dejar de ser lo más responsable posible, tener cuidado y pensarlo 2 ó 10 veces antes de lanzarse.

josemartin dijo...

Ja, ja.
No sé si es para reirse, pero me hace gracia esa contradicción que cuentas, y en la que todos vivimos: no debería, pero no puedo evitarlo. Como dices: "pena por la situación, pero me encantaría estar haciendo lo que ellos hacen".
O "Las cosas se pueden torcer, pero no por eso hay que dejar de hacer las cosas que te gustan..."
La frase que me gusta de la crónica de Iñaki, y que refleja esta contradicción es:
"A veces me gustaría ser libre de mis propios deseos, como un budista cualquiera, y ser feliz sólo contemplando la belleza de lo que me rodea, sin necesidad de escalarla. Pero esta una montaña fantástica, y yo un hombre débil, y el deseo ha crecido tanto que ya es difícilmente controlable sin amenazas..."
Leo estas cosas, y aunque no haya tragedia de por medio, se me pone la carne de gallina. La "rata" crece cada día dentro de mí, y se me hace difícil controlarla...
Gracias Yago.